Analizar en un breve escrito las dinámicas de actuación que sigue la juventud de nuestros tiempos, entre la que me incluyo (de momento) sería caer en un perfil demasiado bajo. La complejidad del tema y los incalculables factores que la determinan hacen de esta reflexión una ardua y difícil tarea. Pese a todo, intentaré resumir en distintas reflexiones mi percepción sobre los hechos, que no puede dejar al margen las influencias políticas familiares recibidas, y es que ser hijo de un sindicalista ácrata es lo que tiene…
¿Juventud conformista?
Pues mira sí, bastante, pero no sólo aplicaría el conformismo desde la vertiente negativa, también desde una más positiva, y es que nuestra generación ha empezado a “querer vivir”, el “carpe diem” se ha impuesto, y en general vemos la vida como un sitio de paso corto por el que debemos aprovechar al máximo nuestra existencia. El problema viene cuando esa nueva filosofía vital, que no debería entrañar de por sí elementos negativos, más bien todo lo contrario, se convierte, por la falta de valores básicos, en superficialidad, relativismo moral, falta de solidaridad, de compromiso social, político y ciudadano, de responsabilidad y de espíritu de sacrificio. Mi filosofía personal siempre ha partido de una base humanística muy importante, a mi modo de ver, lo que realmente hace crecer al ser humano son las relaciones humanas de amor que surgen primero desde uno mismo, quererte a ti mismo, saber quien eres, es clave para poder decidir tu camino en libertad y buscar personas con las que compartir la suerte de estar vivo. La familia, la amistad, la pareja, la solidaridad con los demás, son en esencia claves para ver el mundo de forma positiva y la superficialidad, es la enemiga más directa de estos elementos. Debe quedar claro que la influencia del mundo capitalista ha hecho mucho daño y ha contribuido claramente a fomentar la superficialidad respecto a la profundidad en todas sus vertientes. En mi modesta opinión, los seres humanos se han quedado atrapados en un modelo de comportamiento que ha distorsionado el valor del “amor” y la capacidad de confiar mutuamente en los sentimientos e intenciones. En un momento dado hay “amor” y en el siguiente se rompe. Es como si las personas hubieran perdido la capacidad de profundizar en sus relaciones con los demás y con el mundo y se apoyaran únicamente en los recursos temporales, provocando todo esto una frustración inmensa.
Si a esto le unimos la cada vez más nimia influencia de la religión (de la que me alegro enormemente), la falta de tiempo de las familias para inculcar otro tipo de valores y la falta de referentes que no sean los deportistas o los integrantes de la casa de gran hermano, nos encontramos con una sociedad que aunque cada vez más preparada intelectualmente, no deja tiempo al análisis sosegado, paciente y profundo, básico para poder actuar con raciocinio consciente y que se deja llevar por un cortoplacismo que todo lo puede. Cada vez nos acercamos más al animal, discurrimos por la vida, pero no vivimos como seres humanos pensantes que se supone que somos, la eterna disputa entre vivencia y existencia.
Ante esta situación, es muy complicado pedir a la juventud una implicación política profunda más allá de los símbolos. Difícilmente encontrarás a un joven que luche por sus derechos laborales, más bien permanecerá callado ante cualquier imposición de la empresa de turno, que concibe y manda sobre como mínimo un tercio de nuestras vidas, sin acogerse muchas veces, a las leyes que a todos nos rigen en la vida diaria, constituyéndose en auténticos regímenes dictatoriales que campan a sus anchas entre nuestra democrática sociedad, aunque de esta nueva forma de explotación laboral ya hablaremos en otro momento. Difícilmente encontrarás a un joven que se implique políticamente y corra raudo y veloz a manifestarse contra cualquiera de las múltiples injusticias que se suceden diariamente, pero como gane el Barça la Champions… ¡eso es otra cosa!, o como vengan los de fama a bailar en tu barrio… ¡eso es otra cosa!
Y que conste que pese a que esta somera reflexión pueda parecer pesimista o negativa, no lo es para nada, el mundo no para de girar, siempre lo ha hecho, y los ciclos se suceden y se alternan sin más, lo que hoy es pasividad y falta de compromiso, mañana se puede convertir en una nueva energía positiva, solidaria, profunda y llena de amor, que lleve al mundo del ser humano a contactar de nuevo con la esencia de su existencia. Ahí radica nuestra responsabilidad, y en estos términos entiendo la importancia de plataformas como esta que se acaba de poner en marcha.
Hay que despertarse del letargo, ¡manos a la obra!
¿Juventud conformista?
Pues mira sí, bastante, pero no sólo aplicaría el conformismo desde la vertiente negativa, también desde una más positiva, y es que nuestra generación ha empezado a “querer vivir”, el “carpe diem” se ha impuesto, y en general vemos la vida como un sitio de paso corto por el que debemos aprovechar al máximo nuestra existencia. El problema viene cuando esa nueva filosofía vital, que no debería entrañar de por sí elementos negativos, más bien todo lo contrario, se convierte, por la falta de valores básicos, en superficialidad, relativismo moral, falta de solidaridad, de compromiso social, político y ciudadano, de responsabilidad y de espíritu de sacrificio. Mi filosofía personal siempre ha partido de una base humanística muy importante, a mi modo de ver, lo que realmente hace crecer al ser humano son las relaciones humanas de amor que surgen primero desde uno mismo, quererte a ti mismo, saber quien eres, es clave para poder decidir tu camino en libertad y buscar personas con las que compartir la suerte de estar vivo. La familia, la amistad, la pareja, la solidaridad con los demás, son en esencia claves para ver el mundo de forma positiva y la superficialidad, es la enemiga más directa de estos elementos. Debe quedar claro que la influencia del mundo capitalista ha hecho mucho daño y ha contribuido claramente a fomentar la superficialidad respecto a la profundidad en todas sus vertientes. En mi modesta opinión, los seres humanos se han quedado atrapados en un modelo de comportamiento que ha distorsionado el valor del “amor” y la capacidad de confiar mutuamente en los sentimientos e intenciones. En un momento dado hay “amor” y en el siguiente se rompe. Es como si las personas hubieran perdido la capacidad de profundizar en sus relaciones con los demás y con el mundo y se apoyaran únicamente en los recursos temporales, provocando todo esto una frustración inmensa.
Si a esto le unimos la cada vez más nimia influencia de la religión (de la que me alegro enormemente), la falta de tiempo de las familias para inculcar otro tipo de valores y la falta de referentes que no sean los deportistas o los integrantes de la casa de gran hermano, nos encontramos con una sociedad que aunque cada vez más preparada intelectualmente, no deja tiempo al análisis sosegado, paciente y profundo, básico para poder actuar con raciocinio consciente y que se deja llevar por un cortoplacismo que todo lo puede. Cada vez nos acercamos más al animal, discurrimos por la vida, pero no vivimos como seres humanos pensantes que se supone que somos, la eterna disputa entre vivencia y existencia.
Ante esta situación, es muy complicado pedir a la juventud una implicación política profunda más allá de los símbolos. Difícilmente encontrarás a un joven que luche por sus derechos laborales, más bien permanecerá callado ante cualquier imposición de la empresa de turno, que concibe y manda sobre como mínimo un tercio de nuestras vidas, sin acogerse muchas veces, a las leyes que a todos nos rigen en la vida diaria, constituyéndose en auténticos regímenes dictatoriales que campan a sus anchas entre nuestra democrática sociedad, aunque de esta nueva forma de explotación laboral ya hablaremos en otro momento. Difícilmente encontrarás a un joven que se implique políticamente y corra raudo y veloz a manifestarse contra cualquiera de las múltiples injusticias que se suceden diariamente, pero como gane el Barça la Champions… ¡eso es otra cosa!, o como vengan los de fama a bailar en tu barrio… ¡eso es otra cosa!
Y que conste que pese a que esta somera reflexión pueda parecer pesimista o negativa, no lo es para nada, el mundo no para de girar, siempre lo ha hecho, y los ciclos se suceden y se alternan sin más, lo que hoy es pasividad y falta de compromiso, mañana se puede convertir en una nueva energía positiva, solidaria, profunda y llena de amor, que lleve al mundo del ser humano a contactar de nuevo con la esencia de su existencia. Ahí radica nuestra responsabilidad, y en estos términos entiendo la importancia de plataformas como esta que se acaba de poner en marcha.
Hay que despertarse del letargo, ¡manos a la obra!
Daniel Perales
2 comentarios:
Muy buena tu intervención, amigo.
Tanto que deja poco al cuestionamiento y a la réplica.
Pese a la crudeza de tus aseveraciones, se deja entrever un optimismo consumado. La confianza en el ser humano y en las capacidades de estos, especialmente de los más jóvenes, nos alienta y nos anima a continuar la lucha por nuestros derechos y nuestras libertades, una lucha aún inconclusa y que no puede entrar en periodo de tregua.
Un saludo compañero. Sigue así :)
Nunca debemos perder la esperanza en los jovenes...Son el viento fresco capaz de entender la brisa de los adultos.
Ah! por cierto:
http://grup-sic-de-joventut.blogspot.com/
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