En plena apoteosis nacionalista, y con los fastos conmemorativos siendo retransmitidos por Telemadrid en riguroso directo, parece un mal día para salir del armario, para poner sobre la mesa las mentiras de 1808 y para reivindicar la memoria y la estirpe de esos afrancesados ridiculizados y satanizados por la prensa y la caspa del momento, y olvidados por esos mismos, hoy en día.
Hoy se conmemora, según la corriente oficialista: el más bello levantamiento popular de la Historia de nuestro país.
Un movimiento voluntarista y visceral iniciado por los más humildes, por los hombres y mujeres vecinos de Madrid que, movidos por el patriotismo, el ansia de libertad, por la voluntad de convivir en una nación solidaria y unida y de recobrar la soberanía nacional, se enfrentaron a la mayor maquinaria de guerra de la tierra. Tonterías.
Ojalá hubiera sido esto tal y como nos lo cuenta (compungida) la liberal más conservadora de todos los que se pueden hallar en esta, nuestra querida piel de toro.
La familia real huyó de España tras haber vendido la corona al emergente y fulgurante emperador francés Napoleón Bonaparte, a cambio de que este les garantizara un lujoso y tranquilo retiro en el país vecino.
Hubo españoles, principalmente militares afectos a la corona, que supusieron que la traición de la familia real era en realidad un gesto desprendido para evitar un derramamiento de sangre en España. Algo inevitable y doloroso para una familia real que escapó por la puerta de atrás.
El ideario que movió a la sublevación popular del analfabeto e iletrado pueblo de Madrid, partió de la defensa de la religión, de la tradición, de la sociedad estamental y de la monarquía; en ningún caso de la defensa de una libertad o de una soberanía nacional de las que jamás había disfrutado nuestro país bajo el pie Borbón.
El bajo clero proporcionó un discurso ideológico capaz de manipular al pueblo, arrojandolo (una vez más) a las calles y a la muerte. Esta vez contra la impiedad, el ateismo y el libertinaje francés. La Iglesia, los propietarios de tierras, los poderosos... fueron el verdadero motor del levantamiento en Madrid.
No el patriotismo, no la libertad, no la creación de un país nuevo, regido por la soberanía nacional y no por el absolutismo. Ojalá todo hubiera sido como decía hoy doña Espe. España habría sido otra cosa en el siglo XIX, y posiblemente hoy, nuestra Nación tendría una cara distinta.
Jose I (abstemio y sin embargo considerado borracho por el imaginario popular) solo recibió el apoyo de un pequeño grupo de ilustrados: "los afrancesados", que confiaban en que solo bajo el poder francés se podrían completar las reformas y la necesaria modernización de España.
Estos afrancesados, la flor y nata de la intelectualidad, fueron objeto de persecución, represión y exilio a la vuelta de Fernando VII (el rey de las tres F: el feo, el felón y el fofo). También se olvida que este José I, fue el primero que dio a España un Estatuto jurídico en el cual se podía leer la palabra "Libertad".
Fernando VII, el rey más incompetente, imbécil y negado de cuantos ha conocido nuestro país, fue el gran beneficiado de la sangre derramada por sus súbditos, por esa plebe desorientada espoleada desde las sombras.
A su llegada a España, que ya contaba con más de medio millón de nuevos muertos, derogó la Constitución de 1812, iniciándose el sexenio absolutista, prolongado por la década ominosa, (con tan solo un paréntesis liberal de tres años). Ominoso es sinónimo de vergüenza, de rubor, de oprobio.
El oprobio que seguimos sintiendo muchos españoles, cuando se nos intenta manipular de tan burdo modo.
El 2 de mayo no es una fecha para celebrar, para agitar las banderitas de papel proporcionadas por el nuevo y aberrante "nacionalismo" madrileño.
Es una fecha para llorar. Para volver a maldecir el devenir de una Historia injusta, casi siempre timoneada por los mismos.
Para imaginar como habría sido una España progresista, laica, avanzada e Ilustrada, de haber sido esa, una revolución realmente liberal, realmente patriótica. O si la Nación también se hubiera revuelto contra los cien mil hijos de San Luis (la fuerza del absolutismo europeo), pero claro, esos no eran enemigos de nuestros reyes.
Una fecha para reivindicar, y que no me llamen mal patriota los de las banderitas, la figura de los afrancesados.
Los verdaderos liberales ilustrados y también los verdaderos patriotas. Porque, ¿hay algo más patriota que poner en manos de la Nación (y no de la arbitrariedad personalista) los destinos de sus propias vidas, como ciudadanos y no como súbditos?
11 de septiembre de 1714, 2 de mayo de 1808... fechas que sirven, en definitiva, para dar pábulo (y alpiste) a muchos individuos, aún hoy tantos años después. Manipulaciones históricas en favor de los de siempre, en contra de los de siempre: de los que pierden, de los que mueren por nada, de los que fueron engañados por los primeros.
Siempre, siempre, siempre es igual, pero por favor, que no nos intenten manipular (otra vez) de esta forma.
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