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lunes, 5 de mayo de 2008

REVISIÓN ECONÓMICA DE LA SOCIALDEMOCRACIA Y “NUEVA VÍA”.

¿Qué entendemos exactamente por socialdemocracia? Podríamos decir que el “núcleo duro” de la socialdemocracia consiste en corregir los excesos y abusos del capitalismo en un marco democrático y mediante la acción de los poderes públicos.

No obstante, esto es sólo una aproximación, porque la socialdemocracia es un concepto en revisión permanente. Y es saludable que sea así, porque demuestra hasta qué punto el socialismo reformista ha sabido y sabe adaptarse a los nuevos tiempos. Porque de eso de trata: a nuevos retos, nuevas respuestas. Y es ahora cuando urge, por tanto, una revisión de la socialdemocracia, adaptada al período actual que nos toca vivir: globalización económica, crisis energética, aparición de nuevos sujetos en el tráfico internacional… la socialdemocracia debe armarse de un nuevo ideario y de nuevas herramientas que le permitan afrontar el futuro con garantías de éxito. Y el éxito del modelo socialdemócrata debe ser el éxito de individuos libres, en tanto que miembros de una comunidad. Aunar las garantías individuales en el seno de una comunidad orientada a corregir injustas desigualdades, he aquí el motivo principal que debería regir cualquier revisión de esta ideología. La diferencia está en los instrumentos necesarios para lograrlo, por fuerza distintos en el marco actual que hace un siglo.

Pero vayamos ordenando conceptos y definiendo claves. En primer lugar, el modelo económico. ¿Es incompatible la economía de mercado con la socialdemocracia? A todas luces, no. La socialdemocracia no es enemiga del mercado; es más, reconoce los beneficios del mercado en determinados aspectos como generador de riqueza. Pero pretende corregir los fallos del sistema porque, desgraciadamente, la historia viene demostrando que el mercado es imperfecto y genera desigualdades. El último ejemplo lo tenemos en la crisis de las hipotecas “subprime”, básicamente una crisis de liquidez, que se está extendiendo por todo el mundo. Desde hace años los liberales a ultranza, los llamados “neocon”, venían clamando contra el supuesto y denostado intervencionismo y la regulación estatal; su máxima era que todo funciona mejor cuando no se interviene, recuperando el pensamiento de los ideólogos clásicos del liberalismo de una forma casi exponencial.

Pues bien, no todo es tan sencillo. Aparece de nuevo una de las crisis cíclicas del capitalismo y es entonces cuando los neocon mudan la camisa y ruegan por la intervención estatal que evite la quiebra de bancos como el “Northern Rock” en Reino Unido, sexto banco hipotecario del país. Obviamente, el Estado debe intervenir ante este trance; los Bancos Centrales deben intervenir inyectando liquidez en el sistema financiero y, en general, deben movilizarse todos los instrumentos de corrección y supervisión del mercado creados al amparo de lo público para evitar que la crisis se extienda a todos los niveles. De repente, recordamos a Keynes nuevamente con aprecio e incluso admiración, cuando la extrema rigidez había caracterizado este último período, de inspiración claramente neoconservadora. El denostado intervencionismo podría de repente salvar la brecha financiera creada al amparo del liberalismo.

Deberíamos extraer algunas lecciones de todo esto para la socialdemocracia en el campo económico. A mi juicio, básicamente una: el equilibrio. Ciertamente, no debemos sin más renunciar a regular el sistema financiero, porque puede derivar en catástrofe. Pero al mismo tiempo deberíamos facilitar y simplificar los cauces del libre mercado en otras áreas, de forma que se favorezca la iniciativa privada que se muestra generadora de riqueza, con medidas orientadas a agilizar los trámites de creación de empresas y a rebajar la presión fiscal sobre los ciudadanos cuando el ciclo lo permita.

A propósito de la iniciativa privada, recordemos el famoso reparto de la tierra comunal que hicieron cuatro familias en la China de Den Xiaoping y que marcó el ascenso económico del gigante asiático. La productividad de la tierra se duplicó en apenas un año. Y los pragmáticos dirigentes chinos decidieron aplicar el modelo en todo el país. Hoy, China es la cuarta potencia económica mundial y se calcula que 300 millones de ciudadanos han salido de la pobreza. Ciertamente se enfrenta a retos fabulosos, pero los números son los números. Teniendo esto en cuenta, no despreciemos el poder del ánimo individual y del mercado como foco de riqueza.

Alentar la iniciativa privada, en el sentido de la Tercera Vía, no es en modo alguno incompatible con la socialdemocracia; más bien todo lo contrario. La generación de riqueza es deseable desde cualquier punto de vista; la única diferencia es que la socialdemocracia no se queda en la mera generación de riqueza, como el liberalismo. Para que la generación de riqueza sea completa, debe ser justa, equitativa y asentarse en base a los principios de solidaridad y capacidad. Este es el aporte socialdemócrata y el contrapunto al liberalismo, que busca en exclusiva el máximo beneficio. La socialdemocracia procura además que el máximo beneficio sea óptimo, para el individuo y para la comunidad. Y en este sentido regula e interviene en el mercado, o al menos, debería hacerlo, dotándose de las estrategias e instrumentos necesarios. Así, los Bancos Centrales deberían ver ampliadas sus funciones en dos de sus tareas fundamentales: como prestamistas de último recurso, con objeto de garantizar la liquidez en el sistema; y como supervisores del correcto funcionamiento del sistema financiero en general. En este sentido apuntan las reformas emprendidas desde la Secretaría del Tesoro en Estados Unidos, destinadas a reforzar las facultades de la Reserva Federal.

Además de promover la iniciativa individual, la socialdemocracia ha venido luchando los últimos años con dos grandes tópicos relacionados con su modelo económico: los que acusan a los gobiernos socialdemócratas de alentar los monopolios y de aumentar la presión fiscal. No obstante, administraciones como la de Tony Blair en Reino Unido o la del propio presidente Zapatero en España, por citar sólo dos ejemplos en Europa, demuestran hasta qué punto los planteamientos de la Tercera Vía, ahora de capa caída, calaron en los partidos socialdemócratas del Viejo Continente. Es posible aunar el interés privado con la regulación pública de forma beneficiosa para el conjunto de los ciudadanos. Aquí encontramos un concepto clave: liberalización económica. La socialdemocracia no se opone a la liberalización de determinados sectores. Es saludable económicamente aumentar la oferta, de forma que el consumidor pueda optar entre diversas opciones; se favorece la bajada de precios y se liquida la pesada herencia de los monopolios, caracterizada por una auténtica ausencia de libertades individuales, en tanto que la opción ofertada era única. Lo que no es aceptable es la privatización por la privatización: es un quiero y no puedo. Es una liberalización a medias, que genera desigualdades a favor de los oferentes. No obstante, el equilibrio manda de nuevo: determinados sectores estratégicos deben ser participados por el Estado, que debería tener la última palabra. Baste citar sectores tan en el candelero como el energético o el financiero, a los que habría que sumar los garantizados por el Estado del Bienestar (sanidad, educación…).

Aquí llegamos a un aspecto clave en mi opinión: considero que el fallo fundamental de la Tercera Vía, que surgió con fuerza inusitada a finales de los 90, consistió en la falta de ambición a la hora de profundizar en el Estado del Bienestar, no ya sólo desde un punto de vista del bienestar económico, sino cívico. Tony Blair, abanderado del reformismo socialdemócrata, se dejó guiar en exceso por los criterios del mercado y terminó su mandato navegando por las peligrosas aguas del nuevo conservadurismo americano. Y así se perdió la oportunidad histórica de acometer la que hubiera podido ser la revisión del sistema más importante en los últimos 50 años.

Digo esto porque ciertamente, creo que las recetas económicas de la nueva socialdemocracia, tal y como venimos argumentándolas, son adecuadas: el aludido equilibrio entre la iniciativa privada y la regulación pública de sectores clave. Pero surgen dos problemas: en primer lugar, debemos acometer reformas económicas para lograr este objetivo tan noble. Desde reforzar y redefinir las competencias de los Bancos Centrales a mejorar la legislación buscando la máxima transparencia en los mercados; agilizando los trámites de creación de empresas; rebajando la presión fiscal, siempre teniendo en cuenta los principios de solidaridad y capacidad; orientando las subvenciones y ayudas estatales a segmentos de mercado más competitivos y que generen un mayor valor añadido…

El segundo problema que encontramos es la profundización del Estado del Bienestar. A la vertiente económica, debemos sumar la cívica: la “Nueva Vía” de la socialdemocracia debe incorporar al modelo económico el modelo de participación ciudadana. En mi artículo anterior me refería al concepto de ciudadanía y a la participación política, y al papel que en todo esto deben desempeñar las nuevas tecnologías (e-democracia, política 2.0, internet al servicio de la construcción ciudadana…) Bien, creo que es fundamental incorporar este aspecto político de libertad ciudadana a cualquier revisión socialdemócrata, si somos fieles a nuestro principio básico: corregir desigualdades. Y ello así porque creamos un círculo virtuoso: las medidas económicas adoptadas siguiendo este modelo contribuyen a la generación de riqueza; la generación de riqueza contribuye al bienestar ciudadano; los fallos del mercado en la generación de esa riqueza son corregidos por el sistema, en la medida de lo posible: no de forma que todos tengamos lo mismo, sino de procurar que todos tengamos unas adecuadas posibilidades de desarrollo personal y económico garantizadas por los poderes públicos; esas garantías y libertades deben orientarse a formar a ciudadanos, libres, críticos y con opciones de participar en la gobernanza del sistema por distintas vías, no para sustituir al gobierno, sino para complementarlo y mejorar la transparencia y adecuado funcionamiento, conforme a nuestros valores constitucionales….

Entonces estaríamos en condiciones de sentar las bases para una revisión socialdemócrata adecuada a los retos de nuestro tiempo, porque los ciudadanos somos los principales afectados: cambio climático; globalización económica; terrorismo internacional; crisis del modelo energético… la socialdemocracia no puede referirse sólo al modelo económico. Debe integrar al ciudadano si quiere aspirar a ser socialista y a ser democrática. Y no nos dejemos engañar: es posible. Y es deseable, como señalaba en el artículo anterior. Tenemos las herramientas adecuadas y los recursos económicos. Falta sólo voluntad política. Pero poco a poco va surgiendo, a distintos niveles. Como jóvenes, y como socialdemócratas, no debemos cejar en nuestro empeño. Revisemos la socialdemocracia de forma que garantice el bienestar económico, sirva e integre al ciudadano. Entonces seremos más socialistas; seremos más demócratas; y seremos más libres y más iguales.


Jorge D. Mora García
Presidente Centro Europeo Juvenil Relaciones Internacionales
www.centroeuropeojuvenil.com

http://ciudadaniaydemocracia.blogspot.com

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