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viernes, 9 de mayo de 2008

Deslocalización, nueva economía mixta y cambio de mentalidad

La socialdemocracia clásica no ha tenido entre sus prioridades históricas la creación de riqueza.
Más bien se ha preocupado de la gestión de susodicha riqueza en favor de la ciudadanía (mediante la protección social y la redistribución).

Desde luego, el neoliberalismo ha hecho hincapié en la pura creación de riqueza, pero sin atender demasiado a la necesaria supeditación social de esta. La riqueza como tal, (mesurada en los índices de PIB) no es de por sí, sinónimo de prosperidad social.

La nueva izquierda no debe abandonar, en mi opinión, la redistribución de la riqueza, ni tiene que dejar de aplicar instrumentos como la “renta básica de ciudadanía”… etc, pero sí sería necesario estimular también el crecimiento económico.

Una reconfiguración de la antigua economía mixta (sin olvidar nunca las necesarias fronteras social-privado, ni cuales son los valores sociales que nos mueven), parece ser una buena salida a esta cuestión.

La sinergia entre sectores públicos y privados parece inevitable. La existencia de la economía privada, además de legítima, no tiene porqué ser negativa siempre que esté acotada y definida Es cuestión de aprovechar la tesitura.

Del sector público hay que extraer el interés general, la legitimidad del Estado también para gestionar la economía nacional y para tratar con las transnacionales y el equilibrio entre regulación y liberalización (que puede ser objeto de gestión privada y qué es irrenunciable para el Estado.

Y del privado, podemos extraer como positivo el dinamismo y la vocación innovadora de los mercados.

Hay que definir entonces que es irrenunciable para el Estado Social, que materias son intocables para que un Estado funcione correctamente. Y en mi opinión estas son la sanidad, la educación, la energía y gran parte de la industria y del mercado de trabajo.

¿Cómo convencer a los “amos” de que tienen que ceder terreno al Estado? Mediante la generación de una nueva filosofía de empresa (lo hablaba ayer mismo con Bitdrain en una de nuestras interesantes conversaciones).

Convencer a lo privado de que no se trata simplemente de separar lo público de lo particular, como proponía hacer la socialdemocracia clásica, sino de lograr una cooperación (¿quimérica?) entre ambos estadios, el general y el particular.

Hay que cambiar esa culturaque considera al trabajador como una mercancía, cuyo puesto de trabajo puede ser llevado de Avilés a Shangai pasando por Moldavia sin que ningún gobierno se inmute ni pueda hacer nada.

Hablo, desde luego, de la deslocalización de puestos de trabajo a manos de multinacionales. Este dramático fenómeno es una innegable fuente de desempleo, decadencia, aislamiento, desafección e inestabilidad social. Y aquí, como en tantas otras cuestiones, el Estado ha de tener voz porque tiene los votos de los ciudadanos y está obligado a defender los intereses de los ciudadanos sobre los de las transnacionales. Bitdrain en este punto, propuso algo muy interesante: dar facilidades fiscales a las empresas y aumentar la inversión estatal en I+D+I para mejorar la productividad y evitar la deslocalización. Esta sería la protección social del trabajador más efectiva, porque se realiza a priori y no cuando el inmenso mal ya está hecho.

Vuelvo al que es el tema central de la cuestión: cambiar la cultura empresarial (y social) respecto a las relaciones del trabajador con la empresa y de la empresa con el Estado. Ardua tarea que como casi todos convendremos, tiene que tener incidencia desde el temprano periodo educativo.

Evitar la deslocalización, lograr en las empresas una mayor sensibilidad ecológica, instar a un reforzamiento de la investigación y el desarrollo… etc implica tener que lograr grandes cambios en la mentalidad sináptica de mucha gente. Creo que detrás de este proyecto regeneracionista está una de las metas del reformismo social: humanizar el sistema para garantizar a todos una existencia más digna y humana.

Convertir el inherente y prsente egoísmo en conciencia y responsabilidad cívico-social. Conseguir que el Estado se refuerce y coopere eficazmente con el sector privado traerá sin duda riqueza y prosperidad. Riqueza para los Estados (pero también para las empresas) y prosperidad para los Estados Sociales, que podrán seguir redistribuyendo y ofreciendo prestaciones sociales a sus ciudadanos.

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